Cada vez es más conocida la crianza respetuosa como una forma de educar a los niños. Existen cada vez más estudios que demuestran que la crianza autoritaria no es la adecuada. Más personas se dan cuenta de que los castigos, los gritos y las amenazas no son herramientas eficaces en la educación de los niños. Estos métodos no generan respeto, sino miedo. Además, no favorecen el vínculo paterno-filial, no contribuyen a fortalecer la autoestima y tampoco ayudan a desarrollar lazos afectivos en el futuro.
La crianza respetuosa no consiste en hacer todo perfectamente o seguir un manual al pie de la letra. Eso no existe. Al tener hijos, uno va aprendiendo, y como humanos, no siempre lo haremos bien. Cuando nos equivocamos, lo importante es reconocer el error y disculparse. Muchos padres creen que pedir perdón hará que los hijos pierdan el respeto o los traten como amigos, pero eso no es cierto. El mayor aprendizaje de los niños es la imitación. Si ellos observan que, cuando nos equivocamos, pedimos disculpas, entenderán que errar no es malo y que el perdón es valioso. Esto es mucho más efectivo que intentar imponer esa lección mediante explicaciones forzadas. Los niños aprenden más de nuestros gestos que de nuestras palabras.
La crianza respetuosa no significa que los niños puedan hacer lo que quieran. Es fundamental establecer límites desde pequeños, pero siempre explicando el porqué de esos límites. Tal vez un niño de un año y medio no entienda que no puede meter los dedos en los enchufes, pero debemos ser firmes en que está prohibido (aunque hoy en día existen protectores para prevenir accidentes).
Criar de manera respetuosa es agotador y retador. Nos pone a prueba todos los días, y aunque no siempre lo lograremos, los resultados son increíbles.
Un ejemplo de esto es el caso de una madre que, al dejar a su hijo solo un momento para ir al baño, encontró que él había tirado una estantería con conservas, rompiendo todos los botes. Al principio, la madre estuvo a punto de perder la calma y gritar, pero respiró y le dijo: «Tranquilo, solo son botes, fue un accidente. ¿Recogemos entre los dos?» Y así lo hicieron. Meses después, la madre dejó caer unos botes de garbanzos, lo que la hizo llorar de impotencia por tener que desperdiciar comida. Entonces, su hijo se acercó y le dijo: «Mamá, solo son botes, no pasa nada, te ayudo a recoger». Este es un claro ejemplo de cómo nuestras reacciones ante los problemas cotidianos pueden influir en los niños.
Otro ejemplo, a la inversa, es el de una pareja que, mientras comía con el padre de él, el marido accidentalmente derribó una jarra de agua con el codo, rompiéndola. El padre reaccionó de manera desproporcionada, culpándolo y llamándolo torpe. Sin embargo, la esposa se acercó y le dijo: «Solo es una jarra, ya compraremos otra». El padre había perdido los nervios por un accidente menor y no supo gestionar sus emociones de manera adecuada.
Cada vez más padres nos cuestionamos cómo educar a nuestros hijos de forma equilibrada, buscando un balance entre cariño, educación y valores.
Por lo tanto, el mensaje para todos los padres que se esfuerzan por mejorar cada día es: lo están haciendo bien. Lo más importante es no culparse por todo lo que ocurre en la crianza.